Menú ráfagas de voz

Menú ráfagas de voz    
decir que estamos vivos    
y que importa su propia vida    
si el entrechat está presente    
baila sobre un lecho de narcisos    
en la primavera de una merienda con la hermosa    
desapego de la mente    
en osmosis con el encuentro    
con lo que hay    
a la auto elevación.         
 
Por el bien de ser verdad    
sin la preocupación de tener que demostrarlo    
en suave ascenso    
esta curiosa vida    
sin cabeza    
si no el deber de reflexionar    
la falta y la búsqueda    
sin aparecer    
la orilla opuesta
en el silencio de ningún arrepentimiento.
 
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huellas en la arena

No estaba dispuesto a dejar estas huellas en la arena    
agujas de enebro picaron la palma       
la infancia lanzó sus ojos hacia el Plomb du Cantal    
mientras la mano tierna se posó en su hombro.        
 
Las cabezas de los cardos habían sido arrancadas    
el pastorcito corría detrás del rebaño que había cogido la mosca    
las gavillas pesaban sobre el gran mantillo    
el arco - en - el cielo levantó una discreta sonrisa detrás del terraplén.        
 
Sostuve el palo fuerte    
sacar las vacas del abrevadero    
escribir signos en la tierra desnuda    
y hazla silbar en el aire.    
 
La abuela huía de su cáncer    
salir en el frio    
codicioso su hombre    
hacer que el pequeño trabaje demasiado.        
 
El gallo antes de ser desangrado correctamente    
agitó sus alas vigorosamente   
y unas gotas de sangre del cuenco    
encendió los guijarros del establo.        
 
Gritar no era mi fuerte    
las bromas no ocurrieron    
ser azotado por el casillero era mi deber    
según el chubasco frío de este fin de verano.        
 
Pequeños barcos de corteza de pino    
navegó en el charco del camino    
el viento golpeaba las persianas contra la piedra negra      
había muchos espíritus en este lugar.               
 
plato de lentejas    
estaba descargando sus guijarros    
junto a la chimenea    
donde se secaban los trapos de cocina.        
 
Ponte sus zuecos    
y de cuatro en cuatro subo la escalera del sonido    
a la sala de ratas    
lleno de olor a puerco salado.        
 
El viento agonizaba 
en corriendo por los trapilloux del desván       
Pierrot se iba a ir a Indochina    
hacia esta selva mil veces evocada    
sobre el linóleo de nuestro dormitorio parisino 
mi hermana y yo.        
 
 
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